Carta Nº1
La inteligencia está
sobrevalorada supongo, en este ámbito de cariño “romántico”, lo físico nunca
pasa de moda. El éxtasis que sentimos por lo prohibido nos juega siempre una
mala pasada, el amor es simple, debería ser un poco más conveniente, nos
debería ayudar a crecer. Tener de compañía a la mediocridad no nos ayuda en lo
absoluto, mientras nos revolcamos con nuestras limitaciones en un orgasmo
letal, se procrea dentro de nosotros la idea de un amor imperfecto, lejano y
sufrible.
La inteligencia está
sobrevalorada supongo, nadie se las ingenia para crear su “propio amor”, tomamos
ejemplos del exterior, anhelamos un amor de Romeo y Julieta, ¿acaso en estos
tiempos no existe un Adán y Esteban? Es por ello que amar inteligentemente es
“peligroso”, rabioso contra el status quo de novelas e historietas, rompe los
estereotipos de aquel romanticismo de cartón: ¿flores, peluches o chocolates?
Mejor vámonos a un pueblito a plantar árboles, sentémonos a construir historias sobre la luna o bailemos
un huaynito de antes.
La inteligencia está
sobrevalorada supongo, el romance dejó
de ser estático, es volátil. Cambia constantemente, se vuelve rebelde y
contestatario. Si no te movilizas, el desengaño lacrimógeno te enceguecerá ante
la vida y su real propósito, la felicidad contigo misma.
Créeme que el amor perfecto
existe y está dentro de nuestras mentes, es aquel que nos abraza junto al calor
de nuestra familia, existe en la mirada de nuestras madres cada vez que les
hemos fallado y existe cada vez que intentamos ser mejores.
Porque el amor dejo de ser románti-plástico,
en estos tiempos de imperante desdén a lo realmente importante.
Si vas a creer, con testarudez
maligna, que alguien va a quererte, sin quererte tú misma, jamás te habrás
enterado…
En este mundo informático, que
mejor forma de vivir que ser feliz con uno mismo, ¿acaso habrá otra forma?