sábado, 28 de julio de 2018


Carta Nº1
La inteligencia está sobrevalorada supongo, en este ámbito de cariño “romántico”, lo físico nunca pasa de moda. El éxtasis que sentimos por lo prohibido nos juega siempre una mala pasada, el amor es simple, debería ser un poco más conveniente, nos debería ayudar a crecer. Tener de compañía a la mediocridad no nos ayuda en lo absoluto, mientras nos revolcamos con nuestras limitaciones en un orgasmo letal, se procrea dentro de nosotros la idea de un amor imperfecto, lejano y sufrible.
La inteligencia está sobrevalorada supongo, nadie se las ingenia para crear su “propio amor”, tomamos ejemplos del exterior, anhelamos un amor de Romeo y Julieta, ¿acaso en estos tiempos no existe un Adán y Esteban? Es por ello que amar inteligentemente es “peligroso”, rabioso contra el status quo de novelas e historietas, rompe los estereotipos de aquel romanticismo de cartón: ¿flores, peluches o chocolates? Mejor vámonos a un pueblito a plantar árboles, sentémonos  a construir historias sobre la luna o bailemos un huaynito de antes.
La inteligencia está sobrevalorada supongo,  el romance dejó de ser estático, es volátil. Cambia constantemente, se vuelve rebelde y contestatario. Si no te movilizas, el desengaño lacrimógeno te enceguecerá ante la vida y su real propósito, la felicidad contigo misma.
Créeme que el amor perfecto existe y está dentro de nuestras mentes, es aquel que nos abraza junto al calor de nuestra familia, existe en la mirada de nuestras madres cada vez que les hemos fallado y existe cada vez que intentamos ser mejores.
Porque el amor dejo de ser románti-plástico, en estos tiempos de imperante desdén a lo realmente importante.
Si vas a creer, con testarudez maligna, que alguien va a quererte, sin quererte tú misma, jamás te habrás enterado…
En este mundo informático, que mejor forma de vivir que ser feliz con uno mismo, ¿acaso habrá otra forma?


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